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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Sobre 200 años.

La nación a la que pertenecemos pretende erigirse, al menos en su documentación constitutiva, como un estado abierto a las diferentes formas del pensamiento, hospitalario con el extranjero desvalido, y sobretodo abrigador con el hijo necesitado bajo la lógica de que todo hombre y mujer son iguales ante el seno de la nación, y esta se haya siempre ansiosa de cobijarlo en su regazo; autónoma e independiente, libre de onerosos acuerdos secretos con naciones y grupos extranjeros se levantaría como un país con los atributos suficientes para ejercer un liderazgo solidario con el resto de los países de América Latina, y finalmente con todos los pueblos hermanos del mundo.

La realidad contrasta con el concepto elemental de la nación que creemos conocer, en principio de cuentas desde que el europeo puso un pie en las Antillas el pueblo mexicano se ha encontrado de distintas formas sujeto a las disposiciones de gobiernos y entidades extranjeras casi permanentemente coaligadas de manera perversa con traidores nacionales. Desde una lucha independentista que no se concreto realmente hasta el final del gobierno juarista pasando por el reparto agrario al que se le dio marcha atrás cuando no había concluido, para finalmente finalizar en los tiempos del desprecio generalizado contra la raza indígena y el trato mezquino e hipócrita contra el migrante centroamericano.

No ha existido momento alguno (quizá solo durante el gobierno de Lázaro Cárdenas) en que la nación no haya estado dependiente de un grupo extranjero o defendiéndose por las armas de algún otro. Recordemos la realidad posterior a 1821, momento en que oficialmente se alcanzo la independencia política de la nación, siendo que realmente solo se libró el yugo español para hasta el día de hoy ser fustigado por la influencia de los Estados Unidos de América interesado desde el primer momento en el vecino del sur, “el exquisitamente irresponsable” que no sabe lo que tiene en sus manos y probablemente no lo merezca, aunque para ello debió esperar el paso de españoles, franceses y austriacos.

Internamente la nación se haya perfectamente delimitada, los de arriba y los jodidos; los primeros alineados bajo distintas concepciones pero que tienen vínculos profundos en sus intereses, lo que les permite cuando no es su turno el poder ser aliados estratégicos en el saqueo llevado por los otros, siempre impulsados por la jugosa tajada de la soberanía nacional. Los de abajo se delimitan por las razones de su pobreza, el desarraigado campesino, el proletario explotado por el sindicalismo entreguista, el indígena, uno del sur que un día del ´94 fue reivindicado pero hoy ha pasado de moda y el del norte intelectualmente perdido a causa de la limosna paternalista, las mujeres, homosexuales acompañado de todas las corrientes diversas.

En términos de soberanía y de condiciones sociales y económicas la realidad no es tan diferente entre el presente y el pasado en los momentos de la revolución; en el interior de la república se concentran grandes extensiones de tierras en manos de un solo grupo inversor para la creación de agroindustrias que benefician solo a grupos de elite agropecuaria ya sean domésticos o extranjeros, son los grupos ligados al poder político los que se benefician de los programas gubernamentales orientados a beneficiar la producción campesina mientras que los pocos hombres que restan en el campo son reducidos a peones y obreros sin la oportunidad real de sacar a sus familias del atraso; el poder político actual, el que parece estar empecinado en otorgar facilidades ridículas para el inversionista extranjero de la misma forma que lo estaba el gobierno porfirista, tuvo que ser bendecido por la mano extranjera, así como Wilson le dio a Carranza su bendición para dirigir y pacificar por sobre quienes tenían un perfil menos controlable, así Bush con Calderón sobre López Obrador.

La preferencia educativa se ha orientado a la estupidez, no ha encontrado el gobierno federal mejor forma de conmemorar su bicentenario mediático que continuando con la burla que representan los libros de texto oficiales ofensivamente llenos inconsistencias históricas que los niños más avispados juegan en el aula a desenmascarar, la escaza referencia al naturalismo que deja espacio intelectual para ser rellenado con dogmas y fanatismo; desde no hace mucho se ha orientado la formación académica básica a dar una embarrada de matemáticas y español apenas suficientes para operar las maquinas de la industria maquiladora extranjera. No se diga el abandono paulatino de las universidades públicas, cuna de prácticamente todos los pocos avances científicos del país, por supuesto para dar paso abierto a las universidades privadas infestadas de sociedades, algunas de carácter abierto y otras secretas, mismas que durante la última década han nutrido al círculo más elevado de la burocracia del estado y quienes se han encargado de soslayar los últimos resquicios de soberanía, a costa como siempre de la destrucción de los ecosistemas, de las pensiones de jubilación, de la economía popular y finalmente de la dignidad de la nación.

No se trata de convencer a todos de dar la espalda a este festival porfirista que televisa trata de vendernos a toda costa, no se puede negar a un pueblo abrazar su identidad nacional aunque sea a través del reality televisivo conocido como Presidencia de la República, la finalidad debe en todo caso estar en el enriquecimiento de la conciencia para eventualmente entender que la única forma de festejar al país es tomando sus riendas de forma responsable, invirtiendo en la educación científica con un alto sentido humanista, impulsando leyes que garanticen la representación de la pluralidad política y social, donde todos los que pisen esta tierra por ese solo hecho sean garantizados realmente sus derechos, para pensarse en una nación justa debe defenderse al compatriota en territorio extranjero y al extranjero nacional, el internacionalismo entendido como el respeto total a la autonomía de otras naciones pero siempre por debajo de la dignidad humana.

Celebremos los 200 años del inicio de la lucha independista entendiendo que es una batalla que no ha terminado, festejando que hemos tenido grandes victorias pero reconociendo humildemente las derrotas.

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