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lunes, 25 de mayo de 2015

YO NACÍ MUERTO


Eran los primeros minutos de un mes de verano, no estoy particularmente seguro de cual porque nunca le prestado atención a detalles como la esquela de alguien. Como cualquier otra persona que se apresta a enfrentar el mundo por primera vez lancé un alarido, tomé aire al instante con la fuerza de alguien que quiere aferrarse a una tierra que no conoce y que desde el primer segundo le desprecia. Aun con todos estos signos inequívocos de salud, puedo asegurarles que nací muerto, aunque mis padres, aferrados con la incondicionalidad del amor que pueden sentir por su estirpe se negaron a aceptarlo.

Con el correr del tiempo pude percibir como las personas, entusiastas en su propia ignorancia, se aprestaban a mirarme, con cierto desconcierto algunas veces, con asombro otras, aunque para ser honestos siempre me pareció que para la mayoría pasaba indiferente, no era para menos, siendo yo un muerto más en un planeta en el que los fallecidos suman miles por segundo no tenía nada particular que aportarles.

Callado y silencioso desde siempre, tenía la mayor parte de las cosas que decir en los pensamientos propios de un muerto, a los demás no tenía mucho que contar, siendo un muerto varado en un mundo de vivos pasaba la mayor parte del día dialogando con las sombras de las palabras que mi boca no pronunciaba, que estaban ahí guardadas a la espera de salir disparadas en un impulso misterioso que empujara la valentía desde el centro de mis entrañas. Nunca ocurrió, los muertos solo estamos ahí, ni somos bravos ni cobardes, solo vagamos lentos y pasamos desapercibidos.

Las relaciones más confortables las desarrollé con los animales, a los perros y gatos no les importa que estés vivo o muerto, basta para ellos que el frío esfuerzo de tus brazos los arroje con dulzura a sus espaldas. Me han contado historias de canes al pie de sus amos muertos, de sepulturas por meses o en el acostumbrado punto de encuentro hasta que a ellos mismos se les acaban los días. Veo entonces a la gente conmoverse y noto en ellos los naturales signos de que están vivos, entonces las preguntas me asaltan ¿Qué se siente estar vivo?

Hoy que los años han pasado, he aprendido a caminar con habilidad casi nata entre los vivos, he aprendido sus costumbres, sus manías, he visto como se hablan y fingen escucharse, yo mismo he sido capaz a ratos de imitarlos. He llegado incluso a descifrar en las expresiones actitudes que  me hacen creer que algunos me aceptan como uno de los suyos, como uno de los vivos ¿Así de distraídas son hoy las personas?

Hace algunos días ha pasado algo extraordinario, caminaba con la despreocupación que tenemos los que nacimos con mi condición, y he notado a lo lejos a otro muerto andante. Cuando tu existencia la has pasado muerto puedes sin ningún esfuerzo reconocer a otro. Caminaba con el mismo ritmo, ese de las cortinas movidas por la brisa titilante del final de verano. Mi primera reacción fue la de acercarme, aunque debí antes detenerme a pensar que cosa iba a decirle, nunca había hablado con más muertos que yo mismo, tampoco habría esperado que otro muerto lo hiciera, aunque sospechaba que no era único, si suponía que serían tan callados como yo siempre había sido.

Apenas tomaba impulso para acercarme, él levantó su mirada, inclinó un poco su cabeza con una expresión de desconcierto, era indudable, me había reconocido como otro muerto. No quedando lugar a dudas de que formábamos parte de un extraño círculo de errantes difuntos nos acercamos el uno al otro. No hablamos mucho, no había necesidad de hacerlo, comenzamos a andar en las mismas direcciones, ocultándonos en los mismos sitios y dejando de a poco las costumbres aprendidas a los vivos, había perdido sentido camuflarnos entre ellos.

La vida de un muerto no es ni buena ni mala, es solitaria eso sí, lo que al final de cuentas es adecuado para nosotros, pasar inadvertidos nos agrada, la vida en las sombras nos arrulla. Nos gustan las cosas simples, las rutinas preparadas, las andanzas lentas y los días frescos. En muchas cosas parecemos gente viva, solo que muertos preferimos las cosas sencillas y los colores oscuros.


Pasar el tiempo con otro muerto me ha permitido ver en las multitudes a otros como nosotros, algunos mejor adaptados, casi irreconocibles aún para mí. Quizá ellos han pasado más tiempo acá y les resulta sencillo, o tal vez no nacieron como yo y heredaron costumbres de su tiempo como vivos. Como quiera que sea puedo ver que somos muchos, diferentes aun con lo parecido que somos. Si pusieran atención reconocernos sería fácil, los muertos ponemos nuestros pies primero en una sombra y los caminos los andamos sin caprichos.

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