No encuentro una correlación directa entre el acto de someter bajo los argumentos de la fe y la defensa genuina de los derechos de los desvalidos, salvo en el caso que la fe misma abarca dentro de sus principios la convicción profunda e innegociable de que la justicia esta siempre antes que cualquier credo o estigma.
Aunque siempre limitado en la acción por el deber eclesiástico Samuel Ruíz deja un vacío que con temor solo unos pocos, en circunstancias distintas, emulan con el empuje y coraje de quienes se saben responsables de tomar la acción en contra de todo lo que va en contra de la dignidad, del valor intrínseco de las personas mas allá de la historia particular que cada uno arrastre.
Si el EZLN puso en el centro de la atención internacional la situación real de las etnias en México y Latinoamérica, entonces sería Ruíz quien puso en la discusión en los años recientes el papel que los líderes, aún los de la fe, deben tomar en cuestión de derechos humanos y justicia social aún cuando vaya en contra de la posición oficial de la iglesia a la que representan.
Aunque las personas por si mismas dejan siempre cuando se van un vacío irreconciliable con nuestra necesidad de mantenerlos vivos en la memoria, es Tatic quien deja algo más, el ejemplo de un amor profundo, de la rebeldía responsable, pero sobretodo, los cimientos firmes para quienes encuentran consuelo en la divinidad, de que no importa cuan apegados estemos al dogma, la acción debe seguir siempre la guía de la convicción.
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