Eran los primeros minutos de un
mes de verano, no estoy particularmente seguro de cual porque nunca le prestado
atención a detalles como la esquela de alguien. Como cualquier otra persona que
se apresta a enfrentar el mundo por primera vez lancé un alarido, tomé aire al
instante con la fuerza de alguien que quiere aferrarse a una tierra que no
conoce y que desde el primer segundo le desprecia. Aun con todos estos signos
inequívocos de salud, puedo asegurarles que nací muerto, aunque mis padres,
aferrados con la incondicionalidad del amor que pueden sentir por su estirpe se
negaron a aceptarlo.
Con el correr del tiempo pude
percibir como las personas, entusiastas en su propia ignorancia, se aprestaban
a mirarme, con cierto desconcierto algunas veces, con asombro otras, aunque
para ser honestos siempre me pareció que para la mayoría pasaba indiferente, no
era para menos, siendo yo un muerto más en un planeta en el que los fallecidos
suman miles por segundo no tenía nada particular que aportarles.
Callado y silencioso desde
siempre, tenía la mayor parte de las cosas que decir en los pensamientos
propios de un muerto, a los demás no tenía mucho que contar, siendo un muerto
varado en un mundo de vivos pasaba la mayor parte del día dialogando con las
sombras de las palabras que mi boca no pronunciaba, que estaban ahí guardadas a
la espera de salir disparadas en un impulso misterioso que empujara la valentía
desde el centro de mis entrañas. Nunca ocurrió, los muertos solo estamos ahí,
ni somos bravos ni cobardes, solo vagamos lentos y pasamos desapercibidos.
Las relaciones más confortables
las desarrollé con los animales, a los perros y gatos no les importa que estés
vivo o muerto, basta para ellos que el frío esfuerzo de tus brazos los arroje
con dulzura a sus espaldas. Me han contado historias de canes al pie de sus
amos muertos, de sepulturas por meses o en el acostumbrado punto de encuentro
hasta que a ellos mismos se les acaban los días. Veo entonces a la gente
conmoverse y noto en ellos los naturales signos de que están vivos, entonces
las preguntas me asaltan ¿Qué se siente estar vivo?
Hoy que los años han pasado, he
aprendido a caminar con habilidad casi nata entre los vivos, he aprendido sus
costumbres, sus manías, he visto como se hablan y fingen escucharse, yo mismo
he sido capaz a ratos de imitarlos. He llegado incluso a descifrar en las expresiones
actitudes que me hacen creer que algunos
me aceptan como uno de los suyos, como uno de los vivos ¿Así de distraídas son
hoy las personas?
Hace algunos días ha pasado algo
extraordinario, caminaba con la despreocupación que tenemos los que nacimos con
mi condición, y he notado a lo lejos a otro muerto andante. Cuando tu
existencia la has pasado muerto puedes sin ningún esfuerzo reconocer a otro.
Caminaba con el mismo ritmo, ese de las cortinas movidas por la brisa titilante
del final de verano. Mi primera reacción fue la de acercarme, aunque debí antes
detenerme a pensar que cosa iba a decirle, nunca había hablado con más muertos
que yo mismo, tampoco habría esperado que otro muerto lo hiciera, aunque
sospechaba que no era único, si suponía que serían tan callados como yo siempre
había sido.
Apenas tomaba impulso para
acercarme, él levantó su mirada, inclinó un poco su cabeza con una expresión de
desconcierto, era indudable, me había reconocido como otro muerto. No quedando
lugar a dudas de que formábamos parte de un extraño círculo de errantes
difuntos nos acercamos el uno al otro. No hablamos mucho, no había necesidad de
hacerlo, comenzamos a andar en las mismas direcciones, ocultándonos en los
mismos sitios y dejando de a poco las costumbres aprendidas a los vivos, había
perdido sentido camuflarnos entre ellos.
La vida de un muerto no es ni
buena ni mala, es solitaria eso sí, lo que al final de cuentas es adecuado para
nosotros, pasar inadvertidos nos agrada, la vida en las sombras nos arrulla. Nos
gustan las cosas simples, las rutinas preparadas, las andanzas lentas y los
días frescos. En muchas cosas parecemos gente viva, solo que muertos preferimos
las cosas sencillas y los colores oscuros.
Pasar el tiempo con otro muerto
me ha permitido ver en las multitudes a otros como nosotros, algunos mejor
adaptados, casi irreconocibles aún para mí. Quizá ellos han pasado más tiempo
acá y les resulta sencillo, o tal vez no nacieron como yo y heredaron
costumbres de su tiempo como vivos. Como quiera que sea puedo ver que somos
muchos, diferentes aun con lo parecido que somos. Si pusieran atención
reconocernos sería fácil, los muertos ponemos nuestros pies primero en una
sombra y los caminos los andamos sin caprichos.