Debí esperar a la caída de Mubarak para confirmar lo que se avecina como una cascada de viejos regímenes, lo que inicio en Túnez y rápidamente contagio a Egipto, Jordania, Yemen y tiene temblando a otros, es el epítome de la aversión al sistema monárquico que por tanto tiempo los ha subyugado mediante la represión barbárica del poder anacrónico en muchos países de la Liga Árabe.
Tal y como sucedió en la América Latina de las décadas de los 70 y 80, particularmente en centroamérica donde las dictaduras cayeron una a una derrotadas por las protestas civiles y los movimientos insurgentes, contagiados por los levantamientos de países vecinos, las protestas estudiantiles, obreras y los ejércitos populares hicieron tambalear y finalmente azotar contra la realidad los gobiernos militares en Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras. Esa misma tendencia parece estar teniendo lugar en África y el Medio Oriente, donde de un lugar a otro las protestas se intensifican, alimentadas por las décadas de sobajamiento pero también por la cruda violencia con la que el poder oficial a tratado de apagarlas.
Son el día de hoy varios los estados que prometen reformas y cambios en el sistema político, atemorizados de que el movimiento llegue a su nación amenazando la oligarquía consanguínea que se ha enquistado permanentemente en el poder, apoyada desde siempre por los Estados Unidos, que han visto en estas familias reales la oportunidad perfecta para apropiarse baratamente de hidrocarburos y apoyo político incondicional, a cambio evidentemente del soporte para su permanencia como eminencias dictatoriales.
El poder del estado se ha lanzado contra los medios de comunicación, el internet principalmente y el periodismo extranjero después, considerando que a través de uno y de los otros transitan incitaciones externas que llaman al levantamiento popular, parecieren ignorar lo que un argentino dijo una vez: “Nosotros sostenemos, una y mil veces, que las revoluciones no se exportan. Las revoluciones nacen en el seno de los pueblos. Las revoluciones las engendran las explotaciones que los gobiernos ejercen sobre sus pueblos. Después, puede ayudarse o no a los movimientos de liberación; sobre todo se les puede ayudar moralmente. Pero, la realidad es que no se pueden exportar revoluciones”, sin tratar de evocar el pasado, si pudiera ser un recordatorio de que son ellos mismos los que han motivado el descontento y las acciones en su contra, y que las avivan aún más con su terco empeño de extinguirlas por la fuerza. Aunque seguramente no podrían de ninguna forma ver que la única forma de calmar a un pueblo enardecido, es entregar el poder, devolver las riquezas saqueadas y ponerse a si mismo a disposición de un tribunal civil creado fuera del sistema corrupto.
El pueblo árabe, dispuesto hoy a despertar del largo embrutecimiento político al que ha sido sometido, deberá entender que esta oportunidad histórica debe ser tomada con responsabilidad, las protestas siempre serán válidas cuando se respete la integridad de terceros, manteniendo los saqueos al mínimo, llevando el discurso antes que las piedras, y en el último de los actos de rebeldía, la insurgencia armada debe atender que las batallas por el poder para ser legitimas deben ser llevadas por el pueblo, en beneficio de este y respetando por encima de cualquier cosa, los derechos humanos y los tratados de Ginebra. Se debe saber que el poder no se debe personificar en la figura del dictador, si no en un sistema que excluye a las masas de las oportunidades de igualdad. De esta misma forma, el gobierno que emana de estos movimientos sociales deberá traer la reconciliación, llevando a cabo para ello las reformas sociales, políticas y laborales que la nación demande, respetando a las minorías y su derecho de permanecer como tales, integrándolas al proceso de reconstrucción nacional en el marco de sus propios designios, se debe también reivindicar el papel de la mujer, aprisionada el día de hoy con las cadenas del radicalismo religioso y cultural.
Aunque el futuro inmediato se presenta turbulento, las pueblos árabes parecieran estar ya convencidos de que tomar el poder que les pertenece es imperativo para alcanzar la necesidad final, ser felices.